lunes, 16 de diciembre de 2013

LA BIOLOGIZACIÓN DE LA EXPERIENCIA FEMENINA




"Alguien que está desolado puede necesitar ayuda, e incluso un tratamiento psicológico, pero no necesita una etiqueta que diga que tiene una enfermedad mental." (Nick Craddock, psiquiatra)

El pasado mes de mayo, la Asociación Británica de Psicología asestó un certero golpe a los sistemas de clasificación y diagnóstico de salud mental DSM y CIE, posicionándose en contra de su visión biomédica y promulgando una perspectiva bio-psico-social para explicar las experiencias del ser humano en este campo. Desde su punto de vista, no tiene sentido biologizar el comportamiento humano convirtiéndolo en una entidad objetivizada cuando, en realidad, la experiencia humana es tan compleja, depende de tantos factores y se vive de formas tan distintas que el hecho de homogeneizarla usando etiquetas solo sirve para hacer más difícil una intervención basada en las peculiaridades de cada caso.

Es una buena noticia que profesionales de la salud mental den un paso que se lleva gestando desde hace tanto tiempo desde posturas antipsiquiátricas y aproximaciones sociológicas a la salud mental. Sin embargo, es una tendencia de nuestra sociedad actual ponerle nombre a todo, enmarcarlo, cosificarlo (es decir, convertirlo en cosa, no es un palabro muy complicado de comprender) y lanzarlo al espacio exterior como si de una entidad médica se tratase. Nadie pone en cuestión que existe el sarampión, las paperas, la rubeola o la viruela. Son enfermedades provocadas por un virus conocido que puede mutar pero que, en términos generales, provoca en todas las personas los mismos síntomas. Es fácil determinar si una persona tiene algunas de estas enfermedades con seguridad y pruebas objetivas. Sin embargo, cuando entramos en el terreno de lo mental, la realidad es muy distinta. Los diagnósticos en enfermedad están basados en juicios observacionales, autoinformes, registros comportamentales, pero nunca en pruebas fehacientes que determinen que una persona sufre uno u otro trastorno. Además, el pronóstico es tan impreciso que el hecho de dictaminar que la evolución de una persona con esquizofrenia va a ser uno u otro lo único que está consiguiendo es poner barreras a soluciones personales y sociales que pueden funcionar adecuadamente para un caso, aunque no para otro. Esto es lo que reivindica, por ejemplo, el movimiento británico Hearing Voices, para quienes el hecho de escuchar voces es una experiencia humana más que debe saber manejarse y aprovecharse, negándose a la medicación como vía de solución.

Partiendo de esta perspectiva es cuando empiezan a saltar campanas de alerta en mi cabeza al escuchar los términos categorizadores que surgen alrededor de la experiencia femenina. Cuidado, en ningún momento digo que no exista dicha experiencia; simplemente intento hacer una reflexión sobre los usos que se le pueden dar a las etiquetas surgidas de experiencias tales como la lactancia materna o el ciclo menstrual. Parto de una perspectiva holística que niega la posibilidad de establecer dicotomías mente-cuerpo, animal-racional o biológico-cultural. Sé que de aquí ya van a surgir desacuerdos, pero no tengo por costumbre dejar mi parte animal aparcada en casa cuando me voy a trabajar, ni desconecto mi parte racional cuando amamanto a mi bebé. Es más, nunca he reconocido esa dicotomía dentro de mi. Incluso me cuesta reconocer esa máxima budista que dice que yo no soy mis sentimientos ni mis pensamientos, aunque no voy a negar que es de gran utilidad para manejar todo tipo de situaciones difíciles. Y, por otra parte, me siento parte de un nicho cultural y social que da forma a mi comportaniento, mis deseos, mis pensamientos y mi forma de ser en el mundo. 

Sin embargo, cada vez con más frecuencia nos enfrentamos a explicaciones biologicistas de la experiencia femenina que insisten en atribuir emociones y comportamientos a instintos animales incontrolables racionalmente y que nos empujan a sentir y a hacer cosas que están más allá de nuestra voluntad. Desde mi punto de vista, esto responde a un DISCURSO, definido como una práctica lingüística que se conforma y desarrolla históricamente (ver Foucault, 1970, El orden del discurso). Y esto no es nada malo, siempre que seamos conscientes de las consecuencias que produce adoptar uno u otro discurso en la explicación de nuestra propia experiencia.

Tomemos como ejemplo el concepto de "Agitación del amamantamiento". Este término surge de los informes de madres que dan de mamar durante un tiempo prolongado a sus bebés (o lo que ahora en nuestra época y entorno social entendemos por prolongado). Estas madres (y yo he sido una de ellas) refieren episodios en los que sienten un fuerte rechazo a dar de mamar a su hijo o hija. El concepto de agitación surge en entornos de activistas pro-lactancia materna, como por ejemplo La Liga de la Leche, pero no he encontrado publicaciones en revistas científicas que utilicen este término (aunque quizás no haya explorado con la suficiente intensidad). Las mujeres se refieren a esta sensación como algo "animal", una sensación muy desagradable que les hace no soportar que el niño mame. Dicen que se produce en un tercio de las madres lactantes, sobre todo en aquellas de larga duración y especialmente en las que amamantan mientras están embarazadas. Me parece especialmente interesante la explicación que dan las especialistas en lactancia materna, señalando que esta sensación puede originarse en un profundo instinto mamífero que hace que las mujeres rechacen la lactancia en un momento determinado del proceso debido a causas hormonales o de otro tipo.

Desde mi punto de vista, lo importante no es si existe o no existe la agitación del amamantamiento. No tengo ninguna duda de que hay mujeres que sienten ese rechazo al amamantar en ciertas ocasiones, ya que yo misma lo he sentido. Me parece más interesante analizar para qué sirve la invención de este término (todas las cosas son nombradas por primera vez, y en este sentido son inventadas) y qué usos se hacen de él en los contextos de una lactancia prolongada. La existencia del término tiene una función evidentemente desculpabilizadora. En un entorno en el que la lactancia es un valor esencial en la crianza, ya no por los beneficios nutricionales que aporta, sino por su papel en la implicación emocional de la diada madre-hijo/a, el sentir rechazo hacia el niño o la niña es un hecho del que la madre se avergüenza. Y más en un contexto en el que se crea cierta tensión entre una visión idílica de la lactancia materna frente a la lactancia como una práctica en ocasiones complicada y en la que surgen situaciones de dolor y conflicto.

Entiendo que haya mujeres que necesiten la existencia de estos términos, pero prefiero optar por soluciones que primen el empoderamiento femenino y que aporten recursos para manejar estos conflictos sin tener que acudir al recurso de la biologización. Sentir rechazo ante el dolor, la necesidad de descanso, la percepción de invasión del espacio personal o cualquier otro motivo no requiere de una explicación basada en el instinto animal. Liberarnos de la culpa y aprender a escuchar a nuestro cuerpo y a nuestra mente creo que es algo que nos ayudará no solo en el proceso de destete o de prolongación de la lactancia: puede además ser una competencia que nos ayude en otras situaciones que surgirán a lo largo de nuestra vida como mujeres.

2 comentarios:

  1. Por desgracia las etiquetas forman parte de nuestra vida; diabetico, cardiopata, esquizofrénico. Te diré mas, sin esas etiquetas no se puede acceder a ningún recurso.
    No me gusta, pero es asi.

    Muchas veces pienso que seria mejor hacer otras opciones, empoderar a la gente, escuchar, ayudar, comprender pero para eso hace falta tiempo y ganas de hacerlo. Devolver a la persona su poder, que bonito seria verdad? No creo que a muchos médicos les gustara eso.
    Ojala las cosas cambien, algunas esta en nuestra mano hacerlo.

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    1. Lo que dices es totalmente cierto: el modelo biomédico se ha apropiado de nuestras vidas hasta tal punto que las instituciones están impregnadas por él. Pero en el terreno de la experiencia femenina, como las instituciones pasan de ella, creo que todavía estamos a tiempo de evitar caer en la fiebre cosificadora. El síndrome premenstrual, la agitación por amamantamiento y todas esas etiquetas animales que se nos atribuyen tienen funciones concretas. Reflexionemos sobre estas funciones y tomemos las riendas de nuestras decisiones. No nos hace falta apoyarnos en instintos involuntarios para justificar nuestras decisiones.
      Un abrazo

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